Entre algodones (Li Fang - Hong Kong, 14 de marzo de 2018)

—Úntala en algodón y extiende la povidona yodada por la herida. ¿La limpiaste bien con agua oxigenada?—El padre de Fang disfruta ordenando a su mujer.—Lo mejor será ir pronto al hospital.
—¿A cuál? Todos están lejos.—La madre de Li Fang intenta desinfectar la hendidura que se provocó su hija en la mano al cortar unas verduras para la cena.
—Al Canossa. Creo que es donde mejor la tratarán. Estando Cáritas detrás, ..., sin duda.—Li Hong, como buen patriarca, toma la decisión.
—No sé como queréis echarle povidona, ¡no paro de sangrar! Si vamos a ir a un hospital, tenemos que ir ya.—
—Tranquila, Fang. Tu padre ha llamado a un taxi. Está de camino.—
—Mamá, ¿de camino? Ya tendría que estar aquí.—Fang no es tan paciente como su madre.
A los dos minutos, suena el timbre del portal. Es el taxista: está abajo esperando. Hija, padre y madre abandonan el piso a las carreras y, tras una larga espera por el ascensor, llegan al taxi. Allí, un sonriente conductor les ayuda a acomodarse. El destino está claro.
La radio del vehículo está encendida. Unos intelectuales discuten acerca de la forma en la que el gobierno chino está empleando los fondos públicos. Hong Kong sigue fiel a su condición de regreso a la República Popular China: un país, dos sistemas. Aquí, todavía está vigente la distinción radical entre fondos públicos y fondos privados. Los contertulios que dialogan en el programa que suena en el taxi están de acuerdo en que el gobierno chino sólo debe intervenir en la economía de Hong Kong como un salvavidas. También coinciden al afirmar que la financiación de investigaciones científicas fuera del territorio nacional supone un despilfarro. Hablan de una expedición en la Antártida cofinanciada con la Pacific Investment Management, la última aventura de los administradores de la región especial hongkonesa.
—Ahí seguro que habría hielo. No como en nuestra nevera.—Hong refunfuña y mira directamente a su esposa.
—Tengo que estar en todo. También podrías haber rellenado los cubitos tú.—
—¡Escuchad! Dicen que esa expedición, la de la Antártida, puede ser trascendental. Si Hong Kong descubre petróleo, sería petróleo chino, da igual que esté en territorio argentino. Eso sería una noticia espléndida.—La recesión económica en China ha sido brutal este año. Fang deja ver su lado patriótico sin dejar de presionar con una toalla en la herida de su mano.
Los analistas radiofónicos se postulan en contra de emprender nuevas iniciativas similares a la que se está realizando en el continente austral. Opinan que el riesgo a venir con las manos vacías justifica la inhibición. Aún así, reconocen, todos menos uno, que si se llegase a descubrir un yacimiento petrolífero relevante, lo lógico sería continuar con esa línea de actuación.
Fang escucha con atención. La Antártida, ese lugar mágico en el que el hombre no pudo reinar. Se imagina un paisaje blanco con destellos azulados. Un universo de hielo sin personas. Bajo un cielo despejado y con un aire puro, casi angelical. La antítesis de Kowloon. Sin estrés, sólo con tiempo para vivir. Le hubiese gustado ser una expedicionaria más. Con la mirada perdida en el trajín de la ciudad, Fang deja volar su imaginación. Ni el ruido atronador de la fuerte lluvia que castiga Hong Kong consigue hacerla despertar de su fabulación.

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