Desayuno inglés (John Owen - Liverpool, 14 de marzo de 2018)

Le quedan dos días de vacaciones. John no ha aprovechado esta semana de descanso y se compromete a cambiar su dinámica estas dos jornadas que le restan. Aunque no tiene la obligación, hoy, madruga. A las cinco y media de la mañana, John ya está desayunando. Un buen desayuno inglés, como es de ley. Él mismo prepara la panceta frita, las judías estofadas, los huevos fritos, las salchichas y la salsa para carnes. Le gusta desayunar fuerte viendo la televisión, sobre todo, cuando no tiene que trabajar.
Zapea sin ton ni son. Mientras cambia de canal, su estómago le dice que un cruasán de chocolate no estaría mal para rematar la comilona. Claro que todo esto lo habría que regar con una pinta de Carling y un té negro. John da buena cuenta del suculento tentempié sin preocuparse en demasía por lo que sale en la pantalla, pues no hablan del Everton.
El noticiero de la BBC comenta la muerte del presidente de Senegal. John presta la mínima atención. Otro golpe de estado más en África, piensa. Sin embargo, súbitamente, se atraganta con las alubias: el corresponsal del informativo británico es su hermano Paul. De inmediato, para de comer y telefonea a Paul. ¿El prefijo de Senegal? John tiene que detenerse y revisar en su portátil cuál es el número para llamar a Dakar desde Inglaterra. Finalmente lo encuentra. Marca el 221 y el número del móvil de su hermano.
Paul no contesta. Normal. Hace dos segundos que realizaba una conexión en directo para la televisión británica. No obstante, John Owen insiste. Al fin, su hermano atiende la llamada:
—¿Sí?—
—¿Pero qué coño estás haciendo en África?—John está alterado.
—Trabajar, John, trabajar. Soy periodista e informo. Me pagan por esto, ¿entiendes?—La voz de Paul transmite disgusto.
—No avisaste a nadie de la familia. Casi vomito el desayuno. Pongo la tele y te veo a ti allí, en África. Tú estás chalado. ¿Quieres que te maten?—
—Afortunadamente, querido hermano, en África vive gente, no todos mueren por el mero hecho de residir aquí. Además, estoy en Senegal, Se-ne-gal. África no es un todo homogéneo. Y, para tu información, te diré que no corro ningún peligro y que, si así fuese, pues, bien por mí. Es mi trabajo, mi responsabilidad también, y asumo todas las consecuencias.—El tono de Paul no varía.
—¿Consecuencias? Las consecuencias son muy limitadas. Te van a pegar un tiro. Esa es la única consecuencia. Haz el favor de volverte a Inglaterra. Ya tienes una edad para jugar a los soldaditos.—
—Ya que lo dices, vuelvo el día 30 de este mes. Pero no voy directamente a Londres, estaré una semana en París. Cosas del trabajo.—Paul ríe. Se regodea de la desesperación de su hermano. Su estancia en París, seguramente, aumentará el enojo de John.
—Perfecto. A París. ¿No te paraste a pensar en que, a lo mejor, lo más prudente es irte a París hoy mismo? Paul, vuelve, por favor. Vuelve ya.—
—Gracias por llamar, John, y por preocuparte por tu hermanito. Sé lo que tengo que hacer. Estate tranquilo en tu sofá. Aquí no pasa nada de extrema gravedad. Regresaré de una pieza en abril para llevarte un regalo de cumpleaños con un toque africano.—Paul trata de calmar a John. Se da cuenta de que su actitud altera todavía más a su hermano.
—Me tienes muy preocupado. Supongo que recapacitarás y abandonarás el país en breve. Por tu bien. Te lo suplico. Vuelve.—
—No hay problema. Relájate, John. Dale saludos a mamá. Nos vemos en abril. Chao, toffee.—
—Hasto pronto, Paul. Cúidate.—John Owen se despide resignado.
Al mismo tiempo que hablaba con Paul, John miraba de reojo las noticias. Los analistas vaticinaban una pronta guerra civil si el parlamento no lograba apaciguar los ánimos de la etnia wolof, que culpaba a los diola de la muerte de Abou M'Baye. Él no tiene ni idea de qué conflictos hablan. ¿Wolof? ¿Diola? Si hasta hace cinco minutos no tenía claro que Senegal fuese un país. A partir de ahora, prestará mucha más atención a las noticias que lleguen de Dakar. Su hermano le ha amargado los dos días de vacaciones que le quedaban.

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