Entre catedrales (John Owen – Liverpool, 13 de marzo de ?)

Demasiado sol para un día de marzo en el Merseyside. No es normal, pero tampoco lo es que en una ciudad de cuatrocientos mil habitantes haya dos catedrales separadas entre sí por nueve minutos de caminata. John Owen avanza por Hope Street, la calle que une la Catedral Metropolitana con la Catedral de Liverpool. Católica, como él, la primera; anglicana, como la mayoría de los liverpuldianos, la segunda. Cuando el tiempo acompaña, es un trecho muy agradecido. John tiene el día libre y, en estas ocasiones, con el permiso de la lluvia y el trabajo, aprovecha las mañanas para pasear. Vive cerca de la estación de Lime Street, en Copperas Hill. Su ruta preferida la inicia con la subida por Mount Pleasant hasta llegar a la Catedral Metropolitana de Liverpool de Cristo Rey, nombre oficial del templo católico. Con todo, lo habitual es que no entre en la iglesia, pero hoy lo hizo. Refuerza su orgullo católico.
Los protestantes presumen de tener la quinta catedral más grande del mundo en la ciudad de John, pero es vieja. La catedral de los católicos es circular y con un colorido interior sorprendente. Cada vez que entra en ella, John no puede evitar asombrarse de su singularidad, como si fuese la primera vez que viese tal cosa. Su techo permite que baje una luz central repleta de colores que se mezclan con los de las vidrieras de las paredes. El efecto es indescriptible. Mirando la estatua de San Martín de Porres, por un instante, John se olvida de dónde está y tiene la sensación de encontrarse en un punto próximo al cielo. Esta mañana, pasó más de una hora en su interior. No más, ya estaba bien de misticismo, tenía que estirar las piernas un poquito. Aún así, mientras se aleja, no se resiste a echar una mirada tras sus pasos y contemplar de nuevo "su" catedral. Realmente magnífica, piensa.
Se puede decir que es el único que camina por Hope Street. Son las ocho de la mañana y no ve a nadie por la calle. Sí, algunos negocios están abiertos, pero no hay transeúntes. A estas horas, se le ocurre cantar:
—There she was just walking down the street, singing do wah diddy diddy down diddy do. Snapping her fingers and shuffling her feet, singing do wah diddy diddy down diddy do...—
John Owen identifica esta canción con Manfred Mann, aunque sabe que era una versión y que la original debía de ser americana. No suele cantar, lo hace bajito, con miedo a ser descubierto por alguien. ¡Qué verguenza sería ser descubierto por un conocido! Silba entre estrofa y estrofa.
Hace un buen día, inusual, que le hace acordarse de unas vacaciones en Canarias, en Maspalomas. Talmente como Liverpool. Le gustaría almorzar comida española: algo de paella, beber sangría y, después, tomarse un helado. Lástima que esto sea Inglaterra en marzo. Sin embargo, tiene la opción de ir a un restaurante español que hay en la ciudad, cerca del puerto. No recuerda muy bien su nombre, pero tiene banderas de España pendidas de su fachada.
De pronto se ilumina la calle sólo para él. Surge de la nada una escultura viva. Es negra, debe medir unos seis pies, viste de malva y es una diosa. Va en sentido contrario al suyo. Deja de silbar. No puede evitarlo. Es algo superior a su voluntad. Mira hacia ella como un tonto. Sigue caminando, pero se nota a leguas que se le cae la baba. Ella tiene un paso elegante, firme y decidido. Su vista se fija en el horizonte. Va con la cabeza bien erguida, sin atisbos de que en algún momento repare en él. A pesar de eso, dirige su mirada hacia la de John y sonríe. Tímidamente. Como si no fuese consciente de la atracción que causa en él (y en todo aquel que la vea).
Se cruzan finalmente. Ella sigue su camino y John el suyo, por triste que le parezca. Ya no se acuerda del apetito mañanero. Tampoco de lo que estaba haciendo a esta hora entre catedrales. Sin duda, no puede ser coincidencia. Vuelve la cabeza lo suficiente para verla alejarse hacia la Catedral Metropolitana. Tal vez sea católica, como él. ¿Un ángel? ¿Por qué no? Prefiere pensar que no lo es, aunque para John resulta tan inaccesible como el cielo. Debería haberle dicho algo. No puede malograr ocasiones así. ¿Qué puede perder? Nada. Está de vacaciones y sin ningún plan de futuro para, incluso, los próximos cinco minutos. John determina que necesita cambiar su forma de ser o, de lo contrario, se arrepentirá de vivir una vida que no ha querido vivir. Quizás una pinta de Carling le aclare las ideas. Ya no es tan temprano.

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