Pisando fuerte (Duarte Vieites - A Coruña, 13 de marzo de ?)

Las pisadas en carrera levantan polvo. Es un suelo de tierra seca, un sendero protegido a los lados por rocas y arbustos. El sol, a pesar de ser invierno, castiga a Duarte y las zancadas son cada vez más costosas. Está emprendiendo la subida a una de las dos colinas que hay en el Parque de Bens. Los arbustos están sin podar y, a veces, es imposible librarse de los rasguños que producen las hojas, convertidas en espinas, de los tojos. Pero Duarte sabe que tiene un objetivo que cumplir. Estableció un circuito en Google Earth, un tramo de cinco kilómetros, y, hasta que lo complete, no parará de correr. Se embadurnó protección solar en su cuero cabelludo, pues se lo rapa cada dos días, y, para uno como el de hoy, toda precaución es poca. Está en buena forma física, para ello se esfuerza constantemente, pero es consciente de que no puede rendirse cuando empieza a notar debilidad. Perseverancia. No es una actitud, es una forma de vida. Sufrimiento físico para mejorar. Superar retos. Elevar el rendimiento. Siempre medrando, siempre en progresión.
Cuando enfila la recta final para coronar la colina, se topa con un rottweiler en su camino. El perro de carnicero baja la cuesta rebosando vitalidad, como alterado por algo. Su musculatura tiembla al tiempo que posa sus patas con ímpetu para ganar metros. Las babas se desprenden de su boca como si se tratase de espuma salpicada por las olas. Duarte está cansado, demasiado para esquivar al can. Ni siquiera tiene fuerzas para preocuparse de lo que le pueden deparar los próximos segundos de su vida. El perro pasa por su lado, no le presta atención y se pierde oculto entre el ramaje. Duarte respira con más energía, se tranquiliza. Después de todo, es como si el rottweiler no hubiese existido. Porque lo que no te afecta, no existe. Al menos esa es la concepción de la realidad de Duarte Vieites.
Al llegar a lo alto de la colina, sin detener su carrera, divisa el mar, la Torre de Hércules y buena parte de la ciudad de A Coruña. Escupe hacia su derecha, sobre los tojos, todavía carentes de chorimas. Inicia el descenso preocupado de no rasgar la ropa con las espinas que le atacan a ambos lados del camino. Frena en la bajada procurando no resbalar. La primera curva es muy cerrada y la pendiente y el suelo de gravilla no le permiten otro planteamiento. Después de descender, habrá que volver a subir y vuelta a empezar. Este circuito es un auténtico "rompepiernas". —Eres un caballo—, se dice a sí mismo. Pretende así vencer el desgaste mental, que, a estas alturas de recorrido, es mayor que el físico.
Ya piensa en la ducha, en sentarse en el sofá, poner la tele y beber un poco de Fanta Limón. El sudor arrastra la crema solar y la mezcla se desliza por su frente hasta alcanzar los ojos. Las cejas y las pestañas no pueden salvarle del líquido, que le produce un picor molesto y le hace correr casi a tientas, con los ojos semicerrados. No lleva reloj. ¿Para qué? Está en el paro. Desterrado de por vida. Nadie contrata a expresidiarios. Teixeiro fue un punto de inflexión en el devenir de Duarte Vieites. Quizás, ahora, esté algo arrepentido de su pasado, aunque jamás lo reconocerá. Él no se equivoca, sólo tienen errores los demás. Él no, siempre tiene razón. Y nunca lo ha hecho mal. Le han puesto obstáculos, pero los ha superado, porque esa es su especialidad. Y si los argumentos no llegan para rebatir las tesis que no le son favorables, surge su método: el cuerpo a cuerpo. Intimidación y, si esto no da resultado, golpes. Probablemente, así le den la razón. Porque él la tiene, sólo que, a veces, los otros no lo quieren reconocer. Pero habrá que encauzarlos por el buen camino, el camino de Duarte Vieites.

1 comentario:

  1. Un tipo duro éste Duarte, "al menos eso quiere pensar él".

    Si se empeña, pase lo que pase lo seguirá siendo.

    Saludos.

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