Camino a París (Duarte Vieites - Arteixo, 15 de marzo de 2018)

En Arteixo, a las 5 y media de la madrugada, el rocío se apodera de todo lo que carece de techo. Los parabrisas de los coches de los trabajadores del Grupo Inditext están cubiertos de una finísima capa de escarcha. Duarte Vieites aún no ha firmado el contrato que le vincula a la empresa de Amancio Ortega. Espera, impaciente, en al otro lado de la reja que separa el aparcamiento de camiones de la carretera común. De pronto, el vigilante le hace un gesto para que se acerque:
—¿Le puedo ayudar en algo?—
—Estoy esperando. Me dijeron que me presentase aquí. Soy un transportista nuevo. La verdad es que no sé a quién me debo dirigir.—Duarte mide sus palabras. El nerviosismo le puede.
—Pues pase, pase. ¿Ve las cocheras? Espere por ahí. Vendrán pronto.—
—Gracias. Eso espero, hace un frío de muerte.—Duarte se frota los brazos.
La espera mina el alma inquieta de Duarte. Quiere acción. Estar parado de pie esperando a un desconocido le consume por dentro. Camina de un lado a otro buscando un poco de calma. Al cabo de quince minutos llega un hombre. Bajo, algo rechoncho y de bigote negro.
—Rapaz, eres el nuevo, ¿no?—
—Soy, sí. Encantado de conocerle. Me llamo Duarte Vieites. Me dijeron que aquí me indicarían que debo hacer.—
—Yo soy Moncho, tanto gusto. Aquí lo que tienes que hacer es conducir y cumplir con lo que te pidan. El viaje a Francia es habitual, ya te acostumbrarás. Pero vente a tomar un café, hombre, que hasta las seis no empieza a funcionar esto.—
Un café nunca está de más. A no ser que seas un tipo extremadamente nervioso, como es el caso de Duarte. De todos modos, acepta, ¿qué otra cosa podría hacer hasta las seis? De Moncho todavía no sabe si es su jefe o su compañero. Al menos, parece simpático. Tiene que tranquilizarse. Queda mucho día por delante y debe mostrar serenidad. Anoche, estuvo mirando por internet las entradas a París y se quedó asombrado de la cantidad de tráfico que genera la Ciudad de la Luz. Lo cierto es que este viaje le da miedo. Teme no estar a la altura de las expectativas. Ojalá todo vaya bien, se dice.
Moncho se detiene junto a una máquina de café. No era lo que esperaba Duarte. Él quería ir a una cafetería. Sin decir nada, Moncho compra dos capuchinos. Duarte odia el capuchino. Detesta tener que retirar la espuma que no deja ver el café. No obstante, el olor que desprenden estos dos es especial. Están muy cargados de canela. Eso compensa la espuma. Duarte toma el vaso de plástico en la mano cuando Moncho se lo ofrece. Quema. Le da las gracias a su nuevo conocido.
—No es muy bueno, pero es lo que hay. Y tú, ¿qué hacías antes?—
—¿Antes de qué?—El nerviosismo de Duarte le hace dudar hasta de las cuestiones más obvias.—Supongo que dices antes de trabajar aquí.—Rectifica a tiempo.—Pues, realmente, nada, estaba en paro.—
—Ya, pero antes, antes de estar en paro. Algo harías, ¿no?—Moncho sigue interrogando.
—Un poco de todo. Según salían las cosas.—No quiere mentir, pero Duarte tampoco quiere revelar que estuvo en la cárcel.
Moncho mira con desconfianza al nuevo camionero. De un sorbo, ingiere la infusión. Después, emite un sonido de satisfacción, un ah prolongado que responde más al deseo de hacer algo que al sabor del café. Duarte consume su bebida con menos rapidez. No puede apartar la vista de la parte trasera de un tráiler que sobresale de un garaje. Tiene la mirada perdida. Sólo piensa en lo que vendrá luego. No existe el presente ni el pasado para Duarte, únicamente el futuro.

1 comentario:

  1. Hola Wences.

    Disculpa por la tardanza "ya sé que me comprometí a responderte en Septiembre".

    Me gusta como escribes.

    Uno de los trabajos a los que más tiempo le he dedicado es el de camionero de trailer, tanto nacional como internacional "te lo comento por la casual coincidencia con éste capítulo".

    Te seguiré leyendo.

    Si quieres leer la novela completa de Sharf, la tienes en http://lavidadesharfpradoelliott.blogspot.com/

    Saludos.

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