Sentando cátedra (Tyler Berger - Stanford, 15 de marzo de 2018)

Tyler no acostumbra a dar conferencias. La de hoy es una excepción. Como representante de Pacific Investment Management presenta una ponencia en la Universidad de Stanford bajo el título "Tiempo de cambio: nuevos retos para la inversión". Los alumnos de la prestigiosa entidad californiana escuchan atentos las palabras del vástago del magnate Michael Berger. Muchos le otorgan simplemente el mérito de ser hijo de su padre, nada más. A Tyler no le gusta ese desprecio, aunque no se esfuerza demasiado en cambiar las opiniones. Por ejemplo, no ha preparado en absoluto la conferencia de hoy. Escupe frases sin trascendencia llenas de circunloquios que no llevan a ningún lado. Alguno de los asistentes comienza a cabecear. Hace media hora que empezó a hablar y Tyler ya quiere dar por finalizado su monólogo, así que abre el turno de preguntas. Su emocionante discurso no provoca reacciones en el público, sólo un estudiante levanta la mano para intervenir.
—Buenos días. Mi nombre es Miguel González. Soy alumno del máster de Financiación Internacional de Stanford.—Tyler se percata del acento mexicano del joven que interviene. No le caen bien los extranjeros, menos los que llegan del otro lado del Río Grande. Si por él fuese, levantaría un muro que separase México de Estados Unidos.—Creo que su empresa está realizando un estudio de campo en la Antártida para determinar la rentabilidad de la explotación de yacimientos petrolíferos en la zona. ¿Dónde está el respeto por los tratados internacionales que declaran a ese continente como tierra vedada para la explotación de sus recursos? Gracias.—
—Bien ...—Tyler no sabe qué contestar. Por varias razones. Primero, está estupefacto. No entiende como un simple estudiante foráneo conoce el proyecto más secreto de la Pacific Investment Management. Segundo, no tiene ni idea de lo que hace la empresa de su padre en la Artártida. Supone que fue en busca de oro negro, pero, tras la conversación de ayer, no tiene claro que el petróleo sea el objetivo. Y, por último, odia tener que explicarse ante lo que supone un ser inferior para él: un mexicano.—Veo que usted cree estar bien informado. Nada que ver. La Pacific está en la Antártida por un interés pura y estrictamente científico. ¿Petróleo? Vamos, hombre, ¿cómo nos lo permitiría la comunidad internacional?—
—En China, se ha hecho pública la colaboración de su empresa con el gobierno de ese país. Por eso digo lo del petróleo, no es una invención mía.—Tyler ni siquiera conocía esta colaboración.
—Cierto, cierto. Pero la explotación de petróleo es una iniciativa del gobierno de Pekín, no nuestra. Ellos nos dejan investigar en sus bases. No tenemos nada que ver con lo del petróleo.—
—¿Pretende decirme que ahora son una especie de ONG científica?—
—En ningún momento. Yo sólo digo que lo de la Antártida no tiene fines comerciales que pongan en peligro el ecosistema de la zona. Es un estudio con aplicaciones en otras partes del planeta. Pero, como comprenderá, no puedo revelar la integridad del proyecto.—La explicación de Tyler no parece haber convencido al joven mexicano. De todos modos, Berger Junior da por finalizada la conferencia. No quiere más quebraderos de cabeza. Por hoy, ya está bien.

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