Una Vanette roja en la Roma Negra (Délia Lotto - Salvador, 13 de marzo de ?)

El Pelourinho recibió su nombre por una columna en la que se azotaba a los esclavos en la época colonial. La UNESCO concede a Salvador el privilegio de tener un centro histórico considerado patrimonio de la humanidad. El verano en Bahía castiga al que no se resguarda y Délia procura situarse en el lado de sombra mientras avanza por la zona antigua de su ciudad, tan celebrada. Siempre que pasa por el Pelourinho, la incomprensión se apodera de su mente. No entiende que, aunque ya no exista la columna de los latigazos, se conserve su denominación para designar la barriada, como si se tratase de un monumento más. La urbe con más negros fuera de África, la Roma Negra, permite que un símbolo del racismo figure en su callejero en un lugar preferencial. Al menos, su nombre sí perdura.
Délia Lotto, mulata, no quiere olvidar las ruinas del pasado. Queda algo más que edificios tintados en tonos pastel, samba, bossa nova, axé, capoeira, feijoada, trajes blancos y carnaval. Ella no lo vivió, pero es consciente de que sus antepasados debieron de sufrir esa época. Los vestigios ahogan el recuerdo. La servidumbre obligatoria, el infierno en vida. Por eso, cada vez que visita la ciudad vieja de Salvador mira con desprecio las casas del Pelourinho y se acuerda de cosas que de las que no tiene memoria. Y llora en por dentro. Porque un Brasil sigue siendo pobre. Y ella sabe que ese Brasil está, principalmente, en el Nordeste.
El padre de Délia, natural de Porto Alegre e hijo de emigrantes venecianos, es ingeniero industrial. Su posición le ha permitido ofrecer a sus vástagos más oportunidades. Su madre, de familia soteropolitana al cien por cien, le transmitió el orgullo por la cultura afrobrasileña, el yoruba candomblé sobre todo. Su familia vive holgadamente, bonita excepción, aunque inculcaron la cultura del ahorro a todos sus miembros. Por eso es que Délia no dispone de un utilitario mejor que una Vanette, una nueva versión del modelo original de los años ochenta. Ahora, espera que en el taller le permitan llevarse su Nissan roja para pasar la tarde en la playa de Itapuã, el barrio de su madre, Graça. El mecánico está a unas manzanas del extremo meridional del Pelourinho. Tras atravesar el centro de Salvador, Délia llega a su destino.
—¿Está lista?—Pregunta por su furgoneta, que, prácticamente, colapsa la entrada al taller.
—Sí, está, mas deberías haber venido ayer, ya avisé a tu mami. No me gusta tener coches ocupando espacio. Necesito estar cómodo para trabajar. Aunque si viene una chica tan guapa como tú por aquí a recogerlos, pues, ya no me importa tanto.—Lauro se crió en Itapuã y conoce a Graça muy bien.
—Pues no sé lo que ha pasado, perdona, Lauro. Mi mamá no me dijo nada. En todo caso, se lo recriminaré cuando vea la ocasión. ¿Te pagó?—Délia revisa su vehículo mientras conversa con el mecánico.
—Pagó, sí. Anda, gatinha, coge la Vanette y vete. No la calientes mucho, que da para lo que da.—El mecánico cierra con fuerza la puerta corredera lateral de la Vanette y sonríe a Délia reparando en sus curvas. Después, insinuante, le guiña un ojo.
No pierde el tiempo. El taller y la mirada de Lauro la ponen nerviosa. Délia marca a la velocidad del rayo el número de Belô, la amiga con la que había quedado para pasar la tarde en Itapuã. No hay problema, en media hora pasará con la furgoneta por casa de Belô para ir juntas a la playa. Justo antes de tomar asiento en su adorada Vanette, Lauro le da una palmada en el culo. Délia se vuelve y, sin mediar palabra, le da un tortazo tal al operario que éste pierde el equilibrio y cae en el suelo aceitoso del establecimiento. Ella sube al coche y, una vez dentro, con la ventanilla bajada, escupe al mecánico. Su escupitajo sólo lleva saliva, pero siente que se ha vengado del dueño del taller, al que no piensa volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario